domingo, 24 de febrero de 2008

CAPÍTULO NUEVE O NOVENO QUE ESTO NO TIENE FRENO

Y justo entonces pasó algo que ya ha sido contado así que no lo vamos a volver a contar por falta de presupuesto, tiempo y capacidad.

Y sin embargo, en aquella época J Reenviado comía a grandes rasgos y aspiraba el oxígeno ajeno. Era delgado, pero no lo parecía, parecía incrédulo. Miraba de reojo sin abrir los ojos y fermentaba teorías sobre dos o tres aspectos que no llegó a adivinar. Como es sabido, en aquellos primeros años fue boxeador, bailarín, pintor, reparador de palillos, víctima, tertuliano mudo, reserva, defensor de causas que empezaran por A y borracho; todo a la vez y el mismo día. El día siguiente se aburrió y empezó su famosa trilogía de cuatro volúmenes. Empezó por el cuarto porque los otros tres los había perdido sin haberlos escrito, hecho que le afectó muy negativamente hasta el punto de que nunca llegó a escribir el cuarto volumen. En una carta enviada a su hermano se lee (quien lo lee no se sabe):

Pienso en el cuarto volumen. Lo veo rojo y no tan rojo: azul. Lo veo liviano, iluso, ilustrado, cóncavo, muy cóncavo. Y de trazos eruditos, aunque irrelevantes. No encuentro editora que lo publique. No encuentro las llaves de casa. ¿Cómo te encuentras? Me debes dinero.

Esta carta, fundamental para comprender ciertos aspectos de J Reenviado que a pesar de esta carta no se entienden en absoluto, la envió a su hermano, que no la leyó porque por aquél entonces J Reenviado no tenía hermano, o lo tenía lejos, hay diversidad de opiniones al respecto.

(capítulo dedicado a Laura, comentarista que ha hecho avanzar la siempre apasionante historia, nada apasionante, de J Reenviado. Y a la tieta Clara, lectora, fan, seguidora e inspiración astronómica de J Reenviado y de tantas otras cosas sean o no sean J Reenviado)